Cuando Fukuyama pronosticó a finales del siglo pasado el fin de la historia seguramente se estaba pasando de frenada. El 11-S o la crisis financieras del 2008 nos han demostrado que el fluir histórico continua su curso. Fukuyama se equivocó en el diagnóstico pero acertó en la intuición: en el siglo XXI sí que experimentamos el tiempo de forma distinta.
La postmodernidad trajo consigo el rotundo éxito de la moda, del cambio constante como principio, del presente como única realidad. Internet y las redes sociales no han hecho sino extender y afianzar estos conceptos. Unas preguntas rápidas:
Podría parecer que en el mundo digital nos pasamos el día registrando información y archivando recuerdos, pero en realidad lo único que hacemos es consumirlos, compartirlos y olvidarlos. Quizás sea cierto que formamos parte de esa cultura Kleenex (de usar y tirar) con la que denominan algunos teóricos a nuestra época. Y si nos fiamos por los cambios tecnológicos el fenómeno va a más. Las redes sociales que triunfan entre los más jóvenes, y a las que más futuro se les espera, no promueven el archivado de fotos como Facebook o Instagram, sino que tienen como fin compartir momentos y borrarlos (Snapchat), o favorecer la conversación en “directo” (Twitter), donde todo lo que decimos pronto queda perdido un mar de información.
En la época del Big Data donde la información es oro, los archivos históricos de datos son moneda de cambio en manos de corporaciones que inventan formas de rentabilizarlos. Pero a nosotros, los consumidores, sólo nos importa el presente (continuo). Sólo experimentamos el pasado como estética y ya no somos capaces de imaginar el futuro.
En el mundo digital únicamente cuenta el aquí y ahora.
Diseñador digital, historiador del arte y friki sin límites. Escribo sobre series en OchoQuince y sobre Arte y cultura digital en Realidades Inexistentes.
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